jueves, 26 de julio de 2012

La llamada de lo salvaje


Sí no sales al bosque, jamás ocurrirá nada
y tu vida jamás empezará…
Clarissa Pinkola Estees


“Esta noche soñé con mi halcón. Viajo en un deportivo rojo. Conduce Eric. Avanzamos a gran velocidad por una carretera comarcal. Es una carretera de montaña. Entonces lo veo. Mi halcón. Reposa sobre el asiento trasero atrapado en una jaula. Atento. Vigilando permanentemente el terreno. Con su presencia intensa sobre el paisaje que busca, incesante, su presa. Me atrae el abismo desnudo de colores en el centro de su mirada. Eric acelera. Ahora veo su cuerpo; espalda gris azulada y  blanquecina, con manchas oscuras. Eric acelera. Ahora veo sus patas. Ahora lo veo... ¡Están partidas! Me despierto de golpe. Tengo miedo.”
Es el relato de una mujer en un período de profundo cambio personal. Una mujer, en cuyos sueños, recurrentemente, aparece un halcón lisiado incapaz de remontar el vuelo. Un halcón abatido, triste, vencido por el infortunio del destino que lo condena a permanecer en tierra. Encarna la metáfora del instinto quebrado de la mujer que acecha en la sombra de día y de noche y llama sin permiso a la puerta de los sueños para despertar y recuperar su vuelo perdido.
El sueño del halcón señala la historia de una mujer hermosa en cuyo relato de vida el tiempo entreteje sutilmente el olvido de sí y entierra su más preciado tesoro: la conexión con su alma de mujer libre; su vasta frondosidad de tierra virgen y de aguas marinas, salvaje, divina, confiada y receptora de lo desconocido  y cuyo centro fundamenta el encuentro de radical certeza para emerger rebosante de intuición y creatividad hacia su propia singularidad, hacia su genuina identidad.

Arquetipos  
 Los arquetipos forman parte de nuestra consciencia colectiva y constituyen una especie de memoria biológica común a todos los seres humanos. Estos “arquetipos” no son entes petrificados, sino formas energéticas que trascienden lo fenomenológico y tienen vida propia,  organizando la vida alrededor de su entidad simbólica. En cierto modo remite a una ontología original que muestra al hombre patrones de vida que lo trascienden y lo condicionan; lo que el hombre hace, ya lo hizo en otros tiempos.
Los arquetipos son, por tanto,  imágenes alimentadas y sostenidas por el inconsciente colectivo a lo largo del tiempo a través de cuentos, mitos y leyendas y describen en profundidad aspectos parciales de nuestro psiquismo. Cuando nos enfrentamos a los arquetipos, literalmente, nos llaman y revelan  imágenes tan poderosas que nos obligan a responder despertando aspectos que hemos relegado en nuestra vida e impiden nuestro  pleno despliegue vital.

La mujer salvaje y el viaje interior
“Cuando las vidas de las mujeres se quedan estancadas o se llenan de aburrimiento, es hora de que emerja la mujer salvaje” (C. P. Esteés)
Linda Jarosch y Anselm Grün describen catorce imágenes (catorce es un número de curación y un número que acoge la esencia de lo femenino, el cambio, la transformación y la metamorfosis)  arquetípicas de la mujer: la juez, la protectora, la amante, la madre, la sacerdotisa, la artista, la guerrera, la sabia, la chamana, la profeta, la forastera, la risueña, la reina y la mujer salvaje. Todas ellas poderosas imágenes que mueven y conmueven aspectos vitales en la mujer.
Hoy en día, el arquetipo de la mujer salvaje desencadena respuestas polarizadas; algunas mujeres quedan fascinadas por esta imagen, otras la rechazan porque sienten que no forma parte de su vida. No obstante, muchas mujeres desean dar entrada a su mujer salvaje;  quieren librarse de ataduras de imágenes y expectativas en las que la sociedad –en muchas ocasiones el hombre, el orden patriarcal- las ha encorsetado condicionando su movimiento auténtico. El arquetipo de la mujer salvaje pone a las mujeres en conexión con una fuerza originaria, con la fuente que fluye en ellas. Es la poderosa fuerza de la naturaleza y que muchas diosas representaban en la antigüedad.
La mujer salvaje tiene que caminar hacia sí misma, tiene que cavar hacia dentro. La mujer salvaje sabe que si no arriesga, su existencia se oscurece y , para ello, no teme adentrarse en la profundidad de su alma porque ya no quiere desterrarse a sí misma y sabe que allí, en su propio fondo,  encuentra las respuestas que necesita; la mejor tierra - tierra de siembra- siempre surca del fondo; y tocar fondo es doloroso; tocar fondo es morir y, a la vez, es encontrar la tierra fértil que nutre la nueva vida… un fondo que es tierra de vida…un fondo que quiere la muerte para volver a la vida. 
“Cuando las mujeres oyen esas palabras, despierta y renace en ellas un recuerdo antiquísimo. En lo más hondo de nuestro ser la conocemos, (..) sabemos que nos pertenece y que nosotras le pertenecemos.” (C. P. Esteés)

El depredador
Volvamos al sueño: ¿Quién encarceló al halcón? ¿Quién lo mutiló? ¿Quién quebrantó su libertad?
C.P. Estées habla, citando el cuento de Barba Azul como metáfora,  del depredador interno y del depredador externo. Los depredadores son fuerzas (personas, circunstancias, hábitos, estructuras de lenguaje, pensamientos recurrentes, etc.) contrarias al desarrollo de la vida y la naturaleza; impiden el desarrollo,  la armonía y lo salvaje. Es un sarcástico y asesino antagonista cuya misión consiste en convertir encrucijadas, viajes, voluntades, sueños… en  inhóspitos desiertos vaciando el alma de esperanza alguna.
Este poderoso depredador aparece una y otra vez en los sueños de las mujeres  y estalla en el mismo centro de sus planes más trascendentales y significativos. Así despoja a la mujer de su naturaleza instintiva y, una vez consumado su propósito, la deja insensibilizada y sin fuerzas nutritivas para progresar en su vida, sin relato y con sueños rotos,  privada de aliento vital.
Como los lobeznos, las mujeres necesitan una iniciación para que aprendan que los mundos interiores y exteriores no siempre son  lugares seguros y placenteros. Las mujeres necesitan cuestionar para desenmascarar los depredadores que las aniquilan:
¿En dónde piensas que está esa puerta, y qué podría haber al otro lado? ¿Qué hay detrás de lo visible?  ¿Qué hace que esa sombra aparezca en la pared? ¿Qué cosa no es lo que parece? ¿Qué es lo que yo sé en lo profundo de mí que desearía no saber? ¿Qué parte de mí ha sido asesinada o yace moribunda? ¿Cómo hago para ir convirtiendo un sí en un no? ¿Qué me impide caminar? ¿Qué es aquello que me pasa a menudo?  ¿Qué estoy escondiendo de mi mundo que quiere ser expresado?  

Tal y como describe Estées, las mujeres iniciadas necesitan:
1- Aprender a discernir; separar sutilmente una cosa de la otra, con el mejor criterio posible, establecer sutiles distinciones de juicio, y observar el poder del inconsciente.
2 -Aprender algo más acerca de la vida y de la muerte. Tener la capacidad para infundir energía y fortalecer la vida, y también apartarse del camino de lo que va muriendo.

Hacia rutas salvajes
El depredador es la fuente que, revirtiendo su poder, señala el camino:
La rabia del depredador puede convertirse en un fuego del alma para realizar una gran labor en el mundo. Con la astucia del depredador se puede examinar y comprender tomando distancia. La naturaleza asesina del depredador puede usarse para matar aquello que debe morir, convenientemente, en la vida de una mujer, o aquello a  lo que ella debe morir en su vida externa.
Y cuando la mujer atraviesa sus infiernos y vence a sus depredadores recupera plenamente su instinto e intuición, la escucha incondicionada, el corazón leal de la mujer justa, la sabiduría plena de la tierra como conjunción de ideas, sentimientos, impulsos y recuerdos, la protesta a voces contra la injusticia y una resiliencia inquebrantable, la capacidad para seguir adelante y emprender nuevas rutas cuando apenas queda esperanza.  
El viaje de la mujer salvaje es el viaje mítico, el viaje del verdadero Ser, el viaje del renacimiento de la mujer.  
“No podemos controlar quién nos trae al mundo. No podemos influir en la fluidez con que nos educan. No podemos obligar a la cultura a volverse instantáneamente hospitalaria. Pero las buenas noticias son que, aún después de ser heridos, aún en un estado feral, aún incluso en   estado de cautiverio, podemos recuperar nuestras vidas”. (C. P. Esteés)

Vivir es siempre lo que queda por vivir, vivir es urgente… y como hombres, para adentrarnos en el misterio sagrado de la mujer, para unirnos profundamente con ella -entre  cielo y tierra-  y crear un nuevo mundo, necesitamos conocer  la naturaleza y expresión de ese anhelo de la mujer salvaje, el anhelo de su conexión profunda con el universo, y honrar y apoyar sus sueños con arraigo e incondicional presencia.



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