viernes, 17 de mayo de 2013

Innovación: El Sabor de la Singularidad

He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.               Antoine de Saint-Exupéry

El clavo y el cuadro

Un chamán, en presencia de su discípulo, toma un clavo, lo clava en la pared y cuelga un cuadro. Luego se dirige al pupilo y a modo de koan le pregunta: ¿Qué sostiene qué? ¿El clavo sostiene el cuadro o el cuadro sostiene al clavo?  
La repuesta parece obvia;  es el clavo que sujeta el cuadro. Por supuesto.  En lo real, en el mundo de la materia, el clavo sostiene el cuadro. En cambio, la respuesta pertinente  es… ambas: El clavo sostiene el cuadro  y ¡el cuadro sostiene el clavo! ya que  el clavo fue clavado en la pared porque alguien decidió colgar un cuadro. Por lo tanto el clavo es efecto y no causa de la acción de colgar el cuadro.
Cuando  la mirada que comprende, trasciende el  ojo que vé, el mundo psíquico se deduce  formado por una unidad  que superpone  lo  real (cuadro que cuelga del clavo), lo simbólico (clavo que “cuelga” del cuadro) y lo imaginario (los dos mundos que se unen especularmente en el chamán); tres registros que, tal y como explica Jaques Lacan, se hallan imbricados según la forma de nudo borromeo donde el desanudamiento de cualquiera de los tres ejes provoca el desanudamiento de los otros dos. (Fig.1)
Fig 1

El pensar velado

La historia del cuadro y del clavo nos aproxima al ámbito sutil del pensar: al pensar velado; la palabra que sale al mundo y se expresa tiene en su origen una cualidad del pensar. Lo real (palabra) está siempre atravesado por lo simbólico (significación subjetiva). Por lo tanto la realidad es, en primera instancia,  simbólica, porque hay un sustrato que la determina. En un ejemplo, una persona prefiere comer pescado todos los días porque eso le recuerda al amor y sensación de protección que tenía cuando era niño. Lo simbólico obliga la dirección de nuestro pensamiento (consciente/inconsciente) y por lo tanto de nuestro hacer.
Jose Luis Sampedro lo constataba así en una de sus últimas entrevistas: “El hombre no necesita libertad de expresión, sino libertad de pensamiento”. El hombre ha permitido –por supuesto inconscientemente-,  el secuestro de su pensamiento propio y, obviamente, sin libertad de pensamiento no hay un libre hacer sino tan sólo una suerte de ilusión de libre actuar. Para que haya libertad de hacer, primero se requiere libertad de pensar.
Imagínese por un momento sentado en un café cualquiera  escuchando la conversación de la mesa contigua y en esas fracciones de la tertulia  que va percibiendo observa con oído atento como queda desdibujado  el espacio personal porque no habla el individuo, sino “hablan” las opiniones de su partido político, o los  titulares de los diarios, o construcciones y cliches culturales, ... Parece por tanto, que,  en una mirada más sutil, más allá del “mundo material” de la expresión, hubiera dos niveles del pensar: el pensar social y el pensar individual.
Emmanuel Levinas y Rudolph Steiner hablan de la destrucción de la individualidad cuando aquella no encuentra un espacio de expresión del pensar propio. Ese espacio se abre al reservar un ambito de intimidad que permite  desplegar el propio discernimiento. Para acceder a ese pensar personal es imprescindible separarse en algunos momentos de lo social; es forzoso encontrar un espacio en el cual me concentro plenamente  en mi interior, en palabras de  Levinas, un espacio “antisocial” – (“antisocial”  no como categoría moral, sino como gesto anímico de interiorización). Por lo tanto, para que el individuo  pueda encontrar sus propios pensamientos, y pueda construir su propia individualidad que le llevará a un hacer propio,  tiene que, forzosamente,  retirarse puntualmente  del discurso colectivo.

Escucha permanente

Lo interesante de este planteamiento es que este espacio individual se destruye si mantenemos a los individuos en la escucha permanente: si obligamos a alguien a una escucha continua destruimos su libertad porque libertad en su sentido más radical significa “hago lo mío” y no puedo “hacer lo mío” si no “pienso lo mío”.
Así opera la propaganda de los regímenes totalitarios;  se crea un ambiente que obliga a una escucha constante de la ideología oportuna –con impactos visible en las calles, o con música continua (radios que no se podían apagar, etc.)- y, así, imposibilita ese espacio del pensar propio. Con impactos continuos de impresiones, por  un lado y,  por otro, ocultando micrófonos en las casas para evitar cualquier espacio de expresión propia,  poco a poco esas fuerzas de manifestación de la propia identidad se van arrinconando para provocar su extinción. Cuando no hay espacio para el pensar propio, no hay individuación.
Esta operativa de los regímenes totalitarios ha sido superada completamente por la sociedad de consumo, donde, en el exterior,  la población permanece  continuamente impactada por impresiones publicitarias, noticias, etc…, y en el interior sometida a la dictadura de la televisión. (Noticia del 1.4.2013 Europa Press: El consumo de televisión alcanza un nuevo récord: Los españoles se sientan frente al televisor una media de 4 horas y 22 minutos al día!!!).
 Ver la televisión no requiere una gran activación y así, conectados a una información que consumimos pasivamente, al poco tiempo tampoco recordamos lo visto – ante todo programas de escasa profundidad y valor- a la vez que genera una falsa saturación que alimenta nuestra adicción al medio. (Fast food for the mind – síndrome de la comida rápida: estoy saciado pero sigo hambriento).

La consciencia dormida

¿Hoy en día de cuánto espacio disponemos para pensar lo propio? ¿Cuánto tiempo empleamos para consumir información y cuánto para pensar lo nuestro? ¿Cuánto tiempo disponemos para meditar (=ir al medio) y viajar hacia nuestro centro? ¿Cuánto espacio ofrecen las organizaciones para el despliegue del pensar propio?  
Si no hay espacio propio, la individualidad se disuelve porque la consciencia no permanece en nosotros. Estamos más en el otro que en nosotros mismos. Ser social significa, en cierto modo, dormirse un poco en la consciencia del otro. Dejamos de pensar lo nuestro  y  desplazamos nuestra consciencia para entrar en la consciencia del otro.

El valor de la singularidad

Para atravesar los grandes retos de nuestro mundo actual, las empresas tratan de superar los viejos paradigmas y encontrar “lo nuevo”: innovar. Según Theodor Levitt, creatividad significa pensar cosas nuevas e innovación significa hacer cosas nuevas. Y esta innovación tiene tanto más valor cuanta mayor singularidad contenga: evidentemente el IPAD MINI tiene menos “carga innovadora” y por lo tanto menos valor que el primer IPAD  que Apple lanzó al mercado. En niveles agregados las empresas buscan “océanos azules”, metáfora que describe la necesidad de abandonar la lucha por arrebatar cuotas de mercado  a los competidores y, en cambio, centrarse en   encontrar nuevos espacios de negocio a través de la innovación y los ajustes de las curvas de valor de los negocios.
Para fomentar el “descubrir lo nuevo”,  las empresas y especialmente los líderes organizativos deberían nutrir adecuadamente los espacios en las organizaciones para provocar la singularidad. Tanto es así que Google y la NASA lanzaron en 2009 la Universidad de la Singularidad (www.singularity-university.org) en Silicon Valley, lugar que, en palabras de uno de sus fundadores Ray Kurzweil, estará preparado para acoger a los líderes que crearán un creativo y único mundo del futuro.
Ahora bien, la creatividad, la antesala de la innovación, requiere un pensamiento libre que no haya sido secuestrado por el hábito cultural y organizativo, tal y como he descrito a lo largo del artículo. Así, las organizaciones debieran crear un “entorno de mestizaje” con libertad de pensamiento integrado por personas singulares y cualificadas, con capacidades de desestructuración pero lógicas, osadas pero sensatas, creativas pero realistas, y con un nivel incondicional para aceptar la mirada innovadora del otro (!!!!)…de esta manera se crean nuevos puentes entre mundos diversos que permiten desplegar emergentes con alto valor de innovación.  Como dirían los creadores de Lego Serious Play, hay que crear un espacio dónde los empleados "construyen, conviven, convencen, comparten…y se divierten”.
Hay que empezar a comprender algo tan obvio como que el mundo denso proviene de lo sutil para entender la génesis de la innovación –espacio donde se correlacionan el mundo de las posibilidades y las emociones elevadas- (Fig2), y los líderes del futuro deben empezar a comprender en profundidad los entresijos de la psicología del ser humano para apoyar la liberación de los tejidos de la creatividad.
(Fig 2)
En cierto modo, estos nuevos líderes deben reconocer las perspectivas del “múltiple  fondo” del mundo (real-simbólico-imaginario) donde, por ejemplo,  los productos y servicios del mercado no son sino estrategias para satisfacer necesidades humanas, o comprender que las empresas son sistemas complejos que entraman su actividad en un mundo global e  interrelacionado cuyo intercambio genera emergentes que denotan fugas o ganancias, o deducir la existencia de fractales que ordenan un caos aparente y cuya identificación y ajuste permite dibujar un nuevo fluir empresarial, etc…en definitiva, llegar a leer el reverso del mundo dónde  “el clavo cuelga del cuadro”.
La innovación ocupa el ámbito de lo sutil, situándonos más cerca del modelo cuántico que del newtoniano,  y, por tanto, ya no necesitamos en las compañías tantas funciones ordenadoras -ni gestores, ni guías-,  sino líderes de apoyo (supportive leadership) que faciliten la liberación de los velos que atan las mentes del empleado y permitan desplegar su creatividad. Las compañías que sigan empeñadas en buscar la innovación en el mundo denso fomentando estructuras organizativas “newtonianas” tenderán a desaparecer porque no desarrollarán las capacidades para encontrar lo nuevo; la verdadera competencia ya no se da en las industrias tradicionales de escala intensiva, sino en industrias no tradicionales de imaginación intensiva; la prueba está en el paradigma Google…
Para concluir,  se necesitan líderes que, emulando a  Sócrates,  sepan situarse junto con los empleados a modo de  “solo sé que no se nada”. Esto es saber del saber. Esto es creación de puro espacio de vida, veneración y respeto. Pura consciencia de maestro de maestros. Puro permiso para ser y desplegar la Singularidad.